En la Academia se admitía resueltamente que la retórica era un quehacer subalterno. Cuando Aristóteles estudiaba allí, según lo que podemos saber de un diálogo que en su juventud (hacia 360) escribió sobre la retórica, el Grilo, dentro del modo de pensar platónico, negaba a la retórica la cualidad de «arte». Pensaba que los oradores no buscan más que «agradar», y no con buenas artes, a sus oyentes. Aristóteles sale a la palestra, en precoz madurez, como discípulo de Platón, y así se opone a los retóricos al uso, incluso Isócrates, que escribían discursos funerarios como los que pululaban en Atenas con motivo de la muerte en guerra del hijo de Jenofonte, y sirven de tema inicial al diálogo aristotélico.